Miguel Ángel vivió una vida increíble. Posiblemente el artista más grande de la civilización occidental, y por cierto, el más influyente, nació para hacer esculturas.
Precisamente cuando tenía unos treinta años fue llamado a Roma por el Papa Julio II para que esculpiera una espléndida tumba papal, pero después se le pidió que en lugar de eso, trabajara en un proyecto de pintura.
Al principio, Miguel Ángel quería negarse porque no le simpatizaba la idea de pintar una docena de personajes en el techo de una pequeña capilla del Vaticano.
Cuando el Papa lo presionó, accedió de mala gana.
Los expertos creen que los rivales de Miguel Ángel ejercieron presión para que le dieran el trabajo, esperando que rehusara y perdiera el favor del Papa o lo tomara y se desacreditara. Pero una vez que Miguel Ángel aceptó realizar el trabajo, se comprometió consigo mismo a terminarlo, ampliando incluso el proyecto de una simple pintura de los doce apóstoles a más de cuatrocientos personajes y nueve escenas del libro de Génesis.
Durante cuatro agotadores años el artista (tendido sobre su espalda) pintaba el techo de la Capilla Sixtina. Fue sumamente alto el precio que tuvo que pagar por realizar aquella obra. El intenso trabajo afectó sus ojos, dañándoselos permanentemente.
Miguel Ángel dijo: «Después de cuatro torturantes años, más de cuatrocientas figuras de un tamaño superior al de la vida real, me sentí tan viejo y cansado como Jeremías. Tenía solo treinta y siete años, pero mis amigos no reconocían al viejo en que me había convertido».
El impacto del compromiso de Miguel Ángel fue amplio. Complació a su benefactor, el Papa, y recibió otras encomiendas del Vaticano. Pero más importante, hizo un tremendo impacto en la comunidad artística. Los historiadores de arte sostienen que la obra maestra de Miguel Ángel cambió para siempre el curso de la pintura en Europa.
El talento de Miguel Ángel creó el potencial para su grandeza, pero sin compromiso, su influencia hubiera sido mínima.
El nivel de compromiso puede verse en su atención a los finos detalles, así como a la visión de conjunto. Cuando le preguntaron por qué trabajaba con tanto ahínco sobre una esquina oscura de la Capilla Sixtina que nadie podría nunca ver, la simple respuesta de Miguel Ángel fue, «Dios la verá».
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