En las postrimerías de la década pasada se celebró en Boulder, Colorado, un maratón, carrera pedestre de gran importancia en los Juegos Olímpicos sobre un recorrido de unos 42 kilómetros, que captó la atención de chicos y grandes.
En esta competición participaron corredores de todas las clases sociales y edades. Quien sobresalió en todo el grupo fue el señor Roberto Deuriarte, que llegó a la meta final después de haber corrido 6 horas, 38 minutos y 58 segundos. Su marca, desde luego, no fue un récord digno de admiración, porque muchos otros atletas han culminado el mismo evento en menos tiempo. Lili Ledbetter, por ejemplo, de doce años de edad, corrió una maratón en 3 horas, 3 minutos y 32 segundos; y Abebe Bikila, guarda personal del emperador etíope Haile Salassie, corrió descalzo en los Juegos Olímpicos que se celebraron en Roma en el año 1960 y fue el primero en llegar, con un tiempo récord de 2 horas, 15 minutos y 16.2 segundos.
¿Por qué fue Roberto Deuriarte el atleta más sobresaliente en la competición de Boulder? ¿Por qué se sorprendieron muchos de los espectadores cuando cruzó la meta final? ¿Por qué resultó victorioso? Resultó victorioso porque, a pesar de no haber sido el primero en llegar, demostró con su fuerza de voluntad que tenía un propósito determinado: alcanzar la meta final y superar el blanco que se había propuesto, como lo hacen los verdaderos campeones. Ya Goethe, el eximio poeta alemán, había establecido este mismo sentir cuando declaró: “Lo más importante en la vida de cada persona es tener un blanco bien elevado y poseer la aptitud y la perseverancia para alcanzarlo.”
Deuriarte no tenía la aptitud para participar en carreras de esa naturaleza, pero le sobraban determinación y perseverancia. Cuando contaba apenas siete años de edad sufrió un ataque de poliomielitis que lo redujo al lecho. Aquella experiencia no lo desanimó; más bien propuesto en su corazón que algún día llegaría a rehabilitarse y que no sólo llegaría a caminar de nuevo sino hasta correr. Con una fe inquebrantable y depositando su confianza en Dio había alcanzado su cometido después de mucho esfuerzo y osadía. Participó en la primera competición pedestre apenas se libro de las muletas que por tantos años habían sido sus incansables compañeras. Y desde aquel momento comenzó su carrera deportiva. En el primer maratón que participó logró cubrir 36 kilómetros, pero tuvo que abandonar la carrera. Esa aparente derroto no lo desanimó. Al contrario, se inscribió en otras competiciones de la misma naturaleza y pudo culminar sus anhelos, alcanzando la meta final en aquella culminante carrera de Boulder, que marcó el maratón número 8 de su experiencia deportiva. Las personas que lo ven participar no dejan de admirarlo, porque su valor y determinación complementan la falta de fuerzas y velocidad. Roberto Deuriarte es, sin lugar a dudas todo un atleta y un verdadero campeón.
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