La contrariedad se vive como un fracaso y la
experiencia del fracaso da rienda suelta a los pensamientos negativos. En adelante nos resistiremos a enfrentar
retos similares, no sea que se repita la experiencia. Al mismo tiempo imaginamos que otras personas
observan nuestra ineptitud, la juzgan y nos condenan por ella. Es tan triste como cierto: los fracasos
tienden a dejar más huella que los
éxitos. Una conducta percibida como
meter la pata hace dudar de uno mismo y anula incluso una larga serie de
victorias.
Pero ¿Qué es el fracaso
en realidad? Si los miramos
positivamente, los dos primeros ejemplos anteriores no son fracasos sino
simples contrariedades en el camino, o tan sólo unos retos a superar. Y si esos ejemplos pueden considerarse así,
¿por qué no también los demás? Aunque,
desde luego, el no conseguir un ascenso sí reviste mayor carácter de revés
personal y rechazo. En cuanto a la
pérdida del empleo, se complica con la posible inminencia de cambios profundos
en la vida de uno. Pero vistos desde la
perspectiva correcta, todos ellos son desafíos y no razones para arrojar la
toalla. La realidad es que los jueces
más severos de nuestra actuación somos nosotros mismos. Muchas veces los veredictos que tanto va a
repercutir en nuestra autoestima se base en indicios muy débiles.
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