jueves, 17 de febrero de 2011

EL SABOR DEL FRACAZO


No todas las personas resultan triunfadoras.  Desgraciadamente en este mundo no hay rosas sin espinas.  En todas partes existen problemas y dificultades.  Cuando el fracaso hace un nido en el corazón del hombre, en muchos casos arruina a su víctima para siempre; en muchos casos arruina a su víctima para siempre; pero en otros y esto depende del individuo, le sirve de experiencia para alcanzar mayores triunfos en la vida.

Hay muchos que se doblegan ante el fracaso. Cierto escritor, al referirse a esta experiencia mortificadora, dice lo siguiente: “Casi no hay hombre o mujer que en algún momento de su existencia no haya sido mordido por la derrota.  Algunos no resistieron el golpe cruel, dejaron de luchar y se conformaron con una existencia inferior a sus posibilidades. Otros se rebelaron contra su ineficacia e imperfección y renovaron la batalla hasta conseguir la meta deseada.

LA META DESEADA

Un individuo que se sobrepuso a las circunstancias y a los embates de la vida fue Benjamín Disraeli. Disraeli el famoso político y literario inglés, en un discurso presentado ante la Cámara de los Comunes hizo la siguiente declaración: “El éxito se logra cuando hay constancia en el propósito para el cual hemos sido llamados.”

Par Disraeli y para las personas que triunfan, el secreto del éxito se halla en el esfuerzo y la determinación del individuo.  Aquel estadista inglés tuvo muchos problemas en la vida, especialmente en su carrera política. Era de ascendencia judía y tenía dificultad al hablar.  Se cuenta que en cierta ocasión presentó un discurso en el Parlamento y el público se burló de él. Pero el político no se desanimó con la rechifla, sino que, acordándose del Demóstenes de antaño que venció su tartamudez, les dijo: “Pueblo inglés, me oirés.” ¡Y vaya si lo oyeron! Porque este hombre llegó a ser un orador poderosos y un político de renombre, a pesar de haber sido derrotado cuatro veces. Ganó la victoria, en el año 1837, cuando la reina Victoria subió al trono de Inglaterra.

Otro que logró superarse fue Abraham Linconln, quien fue perseguido durante toda la vida por el fracaso.  No bien se graduó de abogado en el Estado de Illinois, se presento como candidato para la legislatura y fue derrotado.  Después de aquel fracaso entró en el mundo de los negocios y todo resultó una calamidad.  Se dice que durante diecisiete años estuvo pagando las deudas que su inconsecuente socio había contraído.  La mujer que amaba con todas las fuerzas de su alma murió sin llegar a ser su esposa.  Y la otra, con quien contrajo matrimonio más tarde, fue un verdadero martirio.  Transcurrido cierto tiempo, entró de nuevo a la política con la esperanza de alcanzar una silla en el Congreso, y los resultados fueron desastrosos.  Intentó después obtener un cargo en la Oficina Agrícola, el cual le fue negado.  Cuando su nombre apareció como candidato al Senado, el pueblo eligió a su opositor.  En el año 1856 postuló a la vice-presidencia de su país, y su rival le ganó la delantera. Pero relata la historia que este hombre, a pesar del rosario de fracasos que jalonaron su vida, siguió adelante con abnegación y perseverancia hasta convertirse en uno de los más grandes presidentes de los Estados Unidos y en uno de los más insignes paladines de la democracia en el mundo.

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